viernes, 23 de marzo de 2012

Lo diferente que hace a alguien especial



- Pues claro que hay más mujeres en el mundo. No soy idiota. Y habrá mujeres que tengan una sonrisa que avergüence a cualquiera sonreír, y habrá mujeres con unos ojos que te impidan moverte y habrá todo lo que me quieras contar y seguramente más. Pero no quiero la sonrisa más perfecta. Es la manera que forman sus labios al sonreír, son sus detalles que la hacen diferente, lo que hace que para mí sea única, sin comparación; como el tono rosado que siempre tienen sus labios, o su textura, siempre lisos y suaves.

Son detalles, como cuando se ríe. Es tan natural, que solo quiero besarla, pero besarla riéndose. Tengo que parar el impulso de no hacerlo en ese momento. Y cuando la beso así, no quiero ni que cierre los labios para besarme, quiero besar su sonrisa. Quiero de algún modo, sentirme parte de esa sonrisa.

Me encanta por ejemplo, cuando me mira antes de marcharnos, y ya me está echando de menos. Sonríe con los labios apretados y te da una sensación como de que no podría parar de sonreír aunque hiciese el mayor esfuerzo del mundo; inclina su cabeza hacia un lado, la recuesta sobre el cabecero del asiento del coche, y no puede dejar de mirarme, de mis ojos a nuestras manos y de las manos a mis ojos de nuevo. Entonces suspira, y dice un “no quiero”, como suplicante; y yo callo, no puedo superar sus palabras. Y piensas que habrá más días y no sabes lo equivocado que puedes llegar a estar.

Son tantos detalles. Es la ternura de su voz cuando me pide un abrazo, es el roce de sus manos cuando acaricia mi rostro para terminar cogiéndome con las dos manos y darme un suave beso, para después darme otro.

Me gusta hasta cuando me pega, porque al momento de hacerlo no puede disimular su sonrisa y me dice un: “Te lo has ganado” con ese tono juguetón de “te lo advertí”, y vuelve la vista a mí de vez en cuando de reojo, sin borrar la sonrisa de su cara.

Y me encanta abrazarla, que esté totalmente en mis brazos, y estar así mientras las horas se nos pasan como minutos, y me sonríe mientras le cuento algo al oído y me aprieta con más fuerza. Y jugamos, y nos besamos, y no paramos de reír ni en cada beso, ni en cada palabra y el mundo al final, acaba siendo solo un escenario para que nosotros seamos los protagonistas.

Esto es el cómo la quiero, lo verdaderamente importante es el por qué la quiero. Pero para que comprendieses eso, tendrías que ser uno de los dos.

martes, 22 de febrero de 2011

El universo en llamas - Por Carlitos

Quedaba poco tiempo y debía llevar el mensaje lo más pronto posible. Si acaso no lo consiguiera no quería ni pensar lo que podría pasar, el mundo, o peor: ¡el universo!, podrían desaparecer. En sus manos dependía el futuro de toda la humanidad ¡Qué de toda la humanidad! De toda... - calló en sus pensamientos.- ¡De todos los extraterrestres del mundo!

Marchó sin más tardanza. Tenía que ir con cuidado, si no quería que se le derramase el preciado líquido. Lo llevaba en una especie de cacerola de plástico, no sabía cómo se llamaba, pero era un contenedor especial para un líquido que podría arrasar todo el universo. Decidió llamarlo contenedor especial a falta de encontrar un nombre mejor.

Le costaba coger el punto de velocidad adecuado. A veces iba con demasiado cuidado y por lo tanto demasiado lento; entonces, alertando su paso tortuga, aceleraba el ritmo pero con la consecuencia de sobrepasar la velocidad oportuna para que el peligrosísimo líquido no se derramase. Finalmente cogió el punto del ritmo adecuado.

Una vez fuera de su pensamiento el adecuar la velocidad, llegó a la conclusión de que el viaje era demasiado peligroso para no ir armado. Era un fallo de principiante que no casaba con “Charlie, el innombrable" temido por sus enemigos, respetado por sus amigos. Volvió sobre sus pasos para dirigirse hacia su habitación, donde tenía guardadas las pistolas. Suerte que aún no había salido de casa. Cuando pasó por la zona donde su jefa le había dado la misión junto al líquido, miró de reojo. La vio cómo se le quedaba mirando y al darse cuenta hacia qué dirección iba puso los ojos como platos y Charlie observó en última instancia, que soltaba la cuchara y los demás elementos con los que creaba aquel líquido.
No le dio tiempo a ver más, ante la situación que se formaba puso vista al frente y aceleró el paso hacia su habitación. Marchó a pasitos cortos y rápidos.

Suspiró de alivio cuando entró en la habitación. Su jefa no le había dicho nada según cruzaba el pasillo, temió que recriminara sus decisiones, sobre todo cuando era él quién se jugaba el pellejo en aquella peligrosa misión. Pero así era la vida, y tenía que aprender a convivir con ello.
Dejó el preciado líquido en el suelo y pronto se agachó debajo de su cama para coger las pistolas. Como hacía tiempo que no las utilizaba tuvo que ir apartando algunas cajas que las ocultaban. La situación le obligaba a volver a reencontrarse con ellas, era un reencuentro agridulce, pero necesario.
Se metió hasta el fondo de debajo de la cama, manchándose de polvo toda su vestimenta, pero allí estaban, igual de brillantes como el primer día aunque algo desgastadas por el gatillo y por el cañón. Cogió también munición, era roja y alargada, cuando se disparaban se adherían al cuerpo del enemigo con una especie de ventosa en la punta; no los soltaba hasta que era suministrado todo el veneno y entonces ya era demasiado tarde. Cogió tres, si cogía muchas luego se perdían.

Salió con apremio de debajo de la cama y se limpió el polvo a sacudidas, su jefa además de ser muy puntillosa con los envíos, también lo era con la limpieza de su ropa. Pero Charlie sabía que no podía entender que aquella situación requería armarse bien, la seguridad era lo primero. Por un momento temió que ella increpara al presidente de la organización para la que trabajaba, que actuara para recriminarle a Charlie su tardanza, pero no escuchó nada.
El presidente era un hombre calmado y pausado, siempre más entretenido en sus propios asuntos, pero aunque calmado, podía dejar de serlo en apenas un momento y volverse el más peligroso de todos los enemigos. Casi siempre que ocurría aquello era por dos razones: la primera por una excesiva insistencia de su jefa a que hiciera o dijese algo; y segunda, cuando alguien se inmiscuía en sus asuntos. Era fácil de tratar pero temible cuando estaba cabreado. Por tanto Charlie prefirió no tentar a la suerte y salió rápido de la habitación.

Ella, su jefa, estaba mirando hacia allí desde la puerta donde creaba aquel líquido. Llevaba un delantal acondicionado para tratar elementos tan químicos que eran hasta nocivos. Le miraba con dureza y negaba con la cabeza. Para salir y llevar el líquido a su destino tenía que salir de la casa y para salir de la casa tenía que cruzar por dónde estaba su jefa. No tenía miedo de que le pegara, era inconcebible que pusiera una mano encima a "Charlie, El innombrable", pero de todos modos no quería arriesgarse.

- ¡Quieres llevar eso de una vez que se va a enfriar!- gritó. ¿¡Y a qué has ido ahí!?

En aquel grito había descargado parte de su ira, ahora estaba seguro de que no le iba a pegar. Aunque nunca dudó que hiciese tal cosa. Cruzó por su lado mientras seguía soltándole algún comentario. Aumentó la velocidad cuando advirtió que su jefa había visto cómo tenía el pantalón.

Una vez fuera, un sol fuerte de tres de la tarde mostró sus respetos. Una ancha calle  de pueblo empinada y desierta, con hileras de casas antiguas pero bien pintadas y remodeladas, se extendió a su vista. Una carretera de dos carriles sin pintar separaba las dos aceras. La carretera, tan llena de polvo y arena hacía dudar de si era asfalto lo que había debajo.
El falso silencio que reinaba en la calle no engañaba a Charlie, sabía que aquello era una trampa, todo estaba preparado para atraparle. Pero él iba armado y preparado.

El ex-presidente de la organización para la que trabajaba estaba sentado en el escalón de la puerta. Miraba la calle en silencio, Charlie sospechaba que él también sabía que algo pasaba, aquella calma no era normal.
No le dijo nada cuando Charlie pasó por su lado, no solía decir muchas palabras de todos modos, a cada año que pasaba decía menos.

Avanzó con el corazón en un puño sabiendo que algo ocurriría. Paso, paso. Nada. Paso, paso. Nada. El corazón iba latiendo más fuerte. Paso, paso y miró rápido atrás.
No encontró a nadie pero aquel gesto casi hizo derramar el líquido e hizo despertar de su ensimismamiento al ex-presidente que gritó:

- A ver si lo vas a "ramar".

Como ya estaba algo lejos tuvo que gritarle para que le oyese "que no se preocupara" y en aquel momento el grito fue apagado por un "¡Ras!" que sonó fuerte a la derecha de Charlie. El susto casi provocó que tirase el líquido otra vez. Apareció en la ventana de la casa de al lado una vieja bruja que Charlie conocía muy bien.

- Qué tramas ahí, eh… Qué tramas.-dijo con voz malvada.- Como salga afuera te vas a enterar tú.

Era la bruja de los mares. Cuentan las historias que se vio arrastrada a tierra por brujos mejores que la repudiaban por su maldad y desde entonces vivía amargada y resentida mientras ideaba un plan para volver a su hogar. Solía pagar aquel resentimiento con los inocentes.

- No estoy haciendo nada, déjame.- Entonces se acordó.- ¡Devuélveme mi pelota!

- No te voy a devolver nada, vamos que no. Que...que luego vas y tiras ahí con golpes y balonazos.

- ¡Que no! que ya no tiro más aquí.

- Que sí, y que la he tirado.

"Noooo" sollozó Charlie. Aquella escandalera no pasó por alto en la casa de Charlie por lo que salió su jefa sin dar crédito.

- Carlitos por Dios, llévalo ya o te enteras.

Cuando se oyó la voz de su jefa, otro "¡Ras!" indicó que la persiana de la ventana de al lado se había cerrado.
Siguió su camino automáticamente tras aquella regañina de su jefa. Una pequeña lágrima iba asomando por sus ojos y poco a poco fue absorbiendo cada vez más aire, el cual le costaba cada vez más acoger a su pequeño pecho.
“Charlie, el innombrable” no lloraba, y mucho menos por una pelota, aunque por otro lado tenía un valor incalculable: podía predecir el futuro y además aceptaba sin decir ni mu que la dieran patadas. Pero no era eso lo que le molestaba, lo que odiaba era la injusticia de aquellas situaciones, le dolía enormemente los abusos a los inocentes, y por todos aquellos oprimidos explotó en lágrimas y sollozos.

Estuvo medio minuto, más o menos, en cuclillas sollozando cuando se recuperó y se reincorporó. Pensó que no había estado bien aquel parón. Llevaba en sus manos el más peligroso de todos los venenos. Decidió que aquel líquido tenía que ser un veneno. Y por tanto, no podía permitirse el lujo de dar a sus enemigos la mínima oportunidad de cogerle.

Siguió su paso hacia arriba, al número 27, allí es dónde debía entregar el líquido venenoso. Pocos acontecimientos habían pasado para el terrible secreto que llevaba en sus manos y eso lo escamaba. Y tan pronto lo pensó, algo ocurrió. Un sonido avisaba a Charlie que un coche subía la calle a una velocidad demasiado lenta, lo cual le hacía sospechar que buscaba algo o a alguien. Charlie debía pensar rápido, no podía permitirse el lujo de tomarse su tiempo, él sabía que un coche lento era más rápido incluso que un caballo. Contempló la posibilidad de tomar sus pistolas pero la carrocería de un coche era inmune a sus disparos, así que decidió esconderse y sobre todo esconder su preciado y peligroso líquido. Charlie tenía la capacidad de camuflarse hasta con una hormiga, pero aquello era magia muy avanzada que no podía explicar, era un conocimiento secreto de un mago poderoso que se lo había enseñado.
El hecho fue que se colocó encima del contenedor especial entre una puerta de la calle por la que subía y dando la espalda a la carretera, esperó a que su magia de camuflaje diera resultado. Escuchó el ruido del coche que pasaba a sus espaldas de menos a más, hasta que escuchó el motor como si estuviese rugiendo a su lado y parado al mismo tiempo. Temió por un momento de que realmente fuera así pero poco a poco el sonido fue perdiéndose y  por fin pudo respirar.
Había pasado otra prueba, sus artes valían para misiones tan importantes como aquella, por eso era el mejor, por eso todo el mundo temía nombrarle.

Ya quedaba poco y no había utilizado aún las pistolas. Se estaba decepcionando ante la idea de no usarlas y Charlie tenía una máxima: "si cogía las pistolas era para que fuesen utilizadas". Ya no veía más problemas para su misión así que debía darles algún uso. Pensó, y se le ocurrió una idea: ¿Cuánto de lejos podrían llegar? Dejó el contenedor en el suelo dónde lo había camuflado antes. Apuntó con la pistola en alto, hacia abajo de la calle. Así llegaría más lejos.
Disparó.
El primer disparo no fue como esperaba, demasiado alto y cayó demasiado cerca. Probó otra vez, en esta ocasión el ángulo fue menor, y "¡Zas!" la flecha roja salió disparada y superó por varios metros a su antecesor. Aquel disparo hinchó de orgullo a Charlie, su fama estaba bien labrada. Por último lanzó su último cartucho manteniendo más o menos el mismo ángulo pero ajustando con alguna corrección su anterior lanzamiento para una mayor distancia. El lanzamiento fue similar pero no llegó a superar su anterior disparo.

Dudó por un momento si recogerlas en ese momento o no, pero prefirió llevar primero el líquido venenoso a su destino y a la vuelta recogerlas, ya que quedaba poco camino. Entonces se dio cuenta de la desgracia que había ocurrido mientras él no había estado atento. Su cabeza le daba vueltas ante semejante espectáculo. En ningún momento Charlie se fijó que la puerta de la casa dónde había dejado el contenedor con el líquido estuviese abierta. Y no estaba abierta mucho, pero sí lo suficiente para que el perro que vivía dentro oliese el aroma del líquido y decidiese investigar por su cuenta, abrir con el hocico la puerta gracias a una pequeña abertura y como un ladrón de guante blanco destapar el papel que cubría el líquido sin producir ruido alguno.

Su mente reaccionó por fin y echó al perro con un manotazo, se había bebido la mitad, el maldito. La dueña de aquel endemoniado perro salió y entendió enseguida la escena que acabó en una regañina monumental para el perro; y algún golpe le caería después,  golpes que Charlie no lamentaría, acababa de encontrar un nuevo enemigo. La mujer se deshizo en disculpas sinceras hacia Charlie. Pero aquello no lo consolaba, había hecho un largo y arduo viaje y había acabado en desastre, y aquello no era lo peor; lo peor estaría a la vuelta.

Cuando la vecina cerró la puerta tuvo que tomar una decisión. Si bajaba y contaba lo ocurrido... no, aquello no era una solución, una mentira podría serlo pero la verdad no. Por otra parte, podría no haber pasado nada, total, el chucho había bebido sólo una parte del caldo (perdió el interés en llamarlo de otro modo) y si quitaba la espuma de la saliva que había quedado en el caldo, no se notaría.

Eso hizo, y quedó como nuevo. Respiró un poco y llevó el caldo a su vecina. Llamó, le atendió con una sonrisa que él devolvió con creces pero con una pequeña punzada de dolor en su interior. El dolor no venía por el acto en sí de engañar, no era arrepentimiento lo que sentía; para ser sinceros, Charlie tenía miedo a ser descubierto. Temía que de pronto a aquella mujer le diese por oler el caldo, dedujese  qué había pasado y decidiera delatarle. No obstante, no pasó nada de eso. La sonrisa de la señora fue sonrisa hasta el final y cogió encantada y agradecida el líquido venenoso (volvía a tener humor para llamarlo como era).

Charlie bajó feliz y contento por haber solucionado una situación más complicada de lo que en un momento se esperaba. Lo que fue una misión dificilísima se truncó hasta ser una misión casi imposible, y si existía ese "casi" es porque existía alguien como Charlie "El innombrable" para resolverlo. Recogió las municiones perdidas, con una nueva idea para practicar a la tarde y dando las buenas nuevas a su jefa, recibió una orgullosa felicitación y un pequeño reproche por su tardanza. Sin embargo Charlie lo recibió como el mayor de los elogios, dado todo lo que podría haber pasado. Y así una vez más “Charlie, el innombrable” salvó al universo.

Epílogo

Sobre las cinco de aquella tarde, Eugenia, la mujer a quien la madre de Carlitos le había preparado la sopa, favor que le había pedido ya que ese día tenía invitados y temía que no tuviese suficiente comida para todos, bajó para agradecerle todas las molestias tomadas. Eugenia, finalmente, no había tenido necesidad de más comida pero dado que se había molestado en prepararlo prefirió no hacer un feo a su querida vecina y ofreció primero la sopa a sus invitados, que por experiencia propia sabía que era calidad asegurada. Sus invitados aceptaron encantados, todos menos el niño pequeño, que se negaba a tomar sopa en verano.
Más tarde a las siete de aquella misma tarde vino Carmen, la vecina de unas casas más arriba, para disculparse personalmente con la madre de Carlitos, con la excusa y el lamento de que ellos en su casa más de una vez habían tenido que tirar la comida por culpa del perro y repitió que lo sentía mucho. No tardó en explicarse y no tardó Sonia, la madre de Carlitos, en entender y acto seguido enrojecer de ira y vergüenza a la vez. Las horas de felicidad de Carlitos duraron poco.